Casi nunca recuerdo mis sueños. Sé que siempre sueño porque así funcionamos los seres humanos (y no quiero creer que soy un extraterrestre), pero no lo recuerdo. De mis sueños, las únicas partes que siempre recuerdo son en las que me caigo, recibo un golpe o simplemente hay un dolor físico. Lo curioso es que ese dolor nunca existe cuando me despierto.
No sé si me despierto exactamente un momento antes de sentir el dolor, pero lo que realmente creo es que el dolor sucede y mi mente quiere vivir una realidad diferente y hace que me despierte. Cuando estamos despiertos, hay dolores tan grandes que, si no dormimos, simplemente nos desmayamos, y quizás en los sueños deja de existir el dolor.
Pero sigue siendo muy curioso que en nuestra mente queden los recuerdos de dolor con más frecuencia que los recuerdos de placer. Podríamos decir que nuestras mentes son masoquistas: por más que quiera escapar de la realidad donde existe el dolor, allí nos mantiene con sus recuerdos.
Me pregunto: ¿esa realidad dolorosa es tan valiosa como para mantenerla conmigo siempre?
Usualmente, los seres humanos somos torpes reconociendo qué nos hace bien y qué no. Es mucho más grande la tendencia a la desconfianza, y la razón es la de evitar sufrir aquel dolor que recordamos (o imaginamos), sin tener en cuenta que vivir el dolor puede ser beneficioso.
Porque sí: el dolor puede ser beneficioso. Y aunque esto puede sonar como una forma espiritual de hablar, nuestra propia salud puede aumentar si experimentamos un poco de dolor, científicamente hablando.
Mantente soñando
No sé si mis sueños son parte de la realidad. Desconozco si es más real el dolor que me desmaya o el que me despierta. Pero sí sé que en mi mente suelo exagerar lo malo y menospreciar lo bueno.
Recuerdo cuando jugaba béisbol y recibí un pelotazo en el casco. Era un niño, así que mi primera prioridad era divertirme, y sentía que el dolor era un impedimento. Antes de ese momento, hubiera preferido haberme ponchado. Después de haber recibido el pelotazo, me di cuenta que ese dolor no era tan grande como imaginaba, y que preferiría mil veces sufrir ese dolor si así lograba que el juego no terminara.
Lo que sucede en el béisbol, también sucede en el fútbol y en cualquier deporte: muchas veces es necesario sacrificarte y sentir algo de dolor para que el juego siga, y tú sigas teniendo la oportunidad de ganar. Lo increíble es que ese dolor suele ser más pequeño de lo que te imaginas.
Si eres de los que no considera al deporte como buena comparación con la vida, no te tomes la vida tan en serio. A veces, sólo se trata de un juego.
A lo que te invito: evita despertarte cuando sientas que vives un mal sueño, probablemente sentirás más satisfacción viviendo esa realidad y no esta, en la que lo único que has logrado es evitar el dolor.