Lloré y no me dolió

Desde hace mucho tiempo he sentido ardor en los ojos cuando salen lágrimas de ellos. Cuando lloro siento que mis lagrimas son producto de una naranja o de un limón, y no de agua como se supone.

Llorar es doloroso, aunque no suponga ningún impedimento físico. Llorar es doloroso, porque supone daño emocional. Llorar es doloroso, porque supone la señal de vulnerabilidad más grande que existe.

Imagina que ahora, además de este dolor, llorar también te produce la sensación de que un yesquero o una vela encendida está cerca de tu ojo, de ambos ojos. En este sentido, llorar es aún más doloroso.

Hoy me dieron ganas de llorar. Tuve miedo de que no podría secarme las lágrimas. Sentía que no iba a poder tocarme los ojos para evitar un ardor más grande del que venía. Pero no sucedió.

Lloré y no existió el dolor del ardor, tan solo el ardor emocional, tan solo el dolor que te produce la maldad: la injusticia, el egoísmo, la inhumanidad.

Gracias a esto llegué a una conclusión: que te ardan los ojos no se compara con que te duela el corazón.

Usualmente el corazón te regaña por tus propias acciones, pero inexplicablemente también lo hace cuando no tienes la culpa de la situación.

Solamente poseer un dolor del cual no tienes responsabilidad sobre su existencia, te produce más daño que cualquier coñazo que te desmaye. Porque, una vez que te desmayas, dejas de sentir.

Pero tu corazón no dejará de sentir mientras lloras. Seguirá haciéndolo y seguirá doliendo.

Hoy lloré y no me dolió. Tan solo dolió el corazón, y no sé si es mejor o es peor.