Hace casi 9 años sucedió el evento que más ha marcado mi vida: el adiós de mi hermano mayor. A mi mamá es a quién le ha dolido más, como es de esperar, pero a mí me ha causado algo que ni yo puedo describir.
Siento un agradecimiento como ningún otro por mí. Siento que mis más grandes sueños permanecen gracias a él. Siento su despedida como el saludo del infinito.
Recuerdo sus ejemplos, tanto malos como buenos. Recuerdo sus aciertos para intentar imitarlos, aunque jamás podré. Recuerdo sus errores para intentar evitarlos, aunque son necesarios para mi propio aprender.
Estoy entre la espada y la pared. Vivo con su más hermoso legado, pero no vivo con él. Hago lo que considero correcto sin pensar en lo que él pudiera creer, porque estoy seguro que a él también le parecería bien.
Estoy seguro que él estuviera feliz. Feliz de ver en qué me convertí. Feliz de ver el ceño fruncido en su hija cuando no recibe el merecido sí. Feliz de ver a su hija feliz.
Y es que esto no está escrito para él. Está escrito para mí y para todo el que me ha conocido desde ese momento. Está hecho con la intención de que sepan que estoy bien.
Estoy bien gracias a muchas cosas. Pero, entre todas ellas: estoy bien gracias a él.
Estoy bien gracias a mi hermano mayor, que nunca se fue, tan solo cambió su presencia de un cuerpo a un recuerdo que la mente siempre podrá ver. Estoy bien gracias a ese ser que me enseñó lo que es querer, incluso 9 años después de perder la oportunidad de encontrarnos en el camino en el que alguna vez coincidimos, él en su moto y yo patinando con mi mejor amigo.