No sé qué música escuchar, no sé qué serie o película ver, no sé qué libro leer. En fin, no sé qué hacer. Pero es un no-sé-qué-hacer que genera una sensación diferente. Una sensación que no me va a matar, pero con la que tampoco quiero vivir.
En mi felicidad se encuentra esta extraña sensación. En mi satisfacción y en mi placer están los pensamientos encontrados de que las cosas podrían ser mejor. El conformismo de sentirte gozando y, aún así, aspirar a algo más, a algo diferente.
Esto tiene un nombre muy común y muy sencillo: estoy aburrido.
Se supone que aburrirte es malo. Se supone que encontrarme en una situación sin retos, sin riesgos, sin entretenimiento, no es lo que quiero. Yo quiero que mi libertad se exprese de la forma más llamativa posible. Yo quiero superar barreras y reírme en el camino. Se supone.
Yo no quiero tener una vida aburrida. Se supone.
Pero, mientras estoy aburrido y busco evitarlo, estoy encontrando el entretenimiento que deseo. Si no estuviera aburrido, no hubiera encontrado esta música nueva que estoy escuchando. Si no estuviera aburrido, no hubiera encontrado esta historia nueva que me atrapó. Si no estuviera aburrido, no hubiera encontrado el tiempo para satisfacer mi curiosidad y aprender algo nuevo.
De hecho, si estar aburrido me permitió encontrar algo nuevo, ¿no es así que comienza el entretenimiento y, por ende, mi crecimiento? Conclusión: gracias por permitirme sentir aburrido.
La misión que elegiría para mí sería la de esparcir el aburrimiento en el mundo. Que ningún niño sufra de hambre. Que ninguna mujer sufra del trauma de sentirse asaltada. Que ningún ser humano sienta discriminación. Porque la persona que verdaderamente nunca está aburrida es la que sufre.